lunes, 23 de marzo de 2015

COACHING POLÍTICO, POR QUÉ Y PARA QUÉ.




Huelga decir que las necesidades de las personas como ciudadanos y las de los políticos, como cargos públicos al servicio de la ciudadanía, han cambiado.

La sociedad exige justificadamente un nuevo estilo de gestión pública y especialmente un nuevo estilo de líderes que sean capaces de entender que la base para llegar a ello debe estar centrada en la integridad, que no es más que la capacidad de obrar con rectitud, donde cada acto, en cada momento, se alinee con la justicia.
La confianza en nuestros representantes públicos se encuentra más que infravalorada y la virtud más demandada por la sociedad se llama honradez, y son, precisamente, estos dos valores la base imprescindible para abordar un proceso de coaching.

El entrenamiento de las habilidades y competencias así como la gestión de las emociones (soledad, falta de confianza, miedo, habilidades sociales, el doble compromiso partido vs ideas personales, etc.) son imprescindibles, en una coyuntura social y política donde la población exige a sus dirigentes que sean delegados sin “derecho de pernada”.

En el agitado imaginario de la política donde, como representante público, se vive bajo una enorme presión, la figura del coach se convierte en el pilar imprescindible para ejercer con mejores recursos el liderazgo político.

El coach político, no es un asesor ni un consejero, es un profesional cualificado que despierta la motivación para evolucionar, señalando las situaciones y aspectos, que como puntos ciegos, el interesado no es capaz de ver. Es un entrenador personal que no adula, que pone delante la realidad para que sea el propio cliente quién elija y decida que quiere hacer con ella. Trabajando desde la base y alineando su vida con su trayectoria, generándole los cambios que desee realizar y sacando a flote las habilidades y competencias que le hagan ser un gran líder.

El gran reto de un coach en asistencia política es trabajar para establecer una conexión entre el candidato y sus electores, pero no en generar una transformación que lo haga irreconocible. El verdadero desafío es descubrir las pequeñas virtudes que sirven de nexo con el votante, esas que le hacen excelente de manera innata. Descubrir el vínculo entre lo que el candidato realmente piensa y lo que sus electores sienten.

Estamos tan “mal” acostumbrados a absorber información sobre corrupción que ya no damos importancia a los hechos. Y lo que realmente nos sorprende es que, a estas alturas “del partido”, se castigue a los corruptos.

Si asumimos el credo de que todos los políticos son deshonestos y que todas las personas de un mismo partido actúan de la misma forma, caeremos en la autocomplacencia de una creencia limitante que nos impedirá ver que la diferencia de que esto no tiene por qué ser así, es lo que marca el patrón de que es posible un liderazgo político diferente.

Pero para que esta forma distinta de hacer política sea percibida por la sociedad, es necesario un ejercicio de autoconocimiento y respeto personal que transmita una buena comunicación, ya que la integridad del dirigente político debe reflejarse en todos y cada uno de sus actos y es ahí, precisamente, donde su palabra obtiene valía, siendo capaz de lograr que lo que se diga sea creíble y, como reflejo, confiemos en que cumplirá lo que promete. Porque al fin y al cavo, la política no es más que una productora de ilusiones donde la base de estas se llama confianza.

Hemos llegado a un punto que es complicado confiar en nuestros líderes si no existen acciones reales de un cambio en la forma de hacer política. Mantener una justificación de la corrupción porque “así funciona la sociedad” o porque “todo el mundo lo hace” es la irresponsabilidad más grave que puede tener un político y, por extensión, también la propia sociedad por asumirlo y permitirlo.

Estoy convencido de que es posible hacer una política distinta y que se pueden tener gobernantes diferentes, sin embargo para ello se requiere valor. Valor para querer saber quién se es, como persona y como líder, para querer descubrir qué es lo realmente importante y mantener las propias convicciones frente a las presiones. Coraje para comprometerse con un proceso de aprendizaje interno donde habrá que enfrentarse al hallazgo del propio Ego. Y valentía suficiente para asumir un cambio de pensamiento que se manifieste en una permutación conductual.

En política y en lo personal levantar una sólida reputación es realmente difícil, sin embargo perderla es lo más sencillo. Un proceso de coaching aporta las herramientas emocionales necesarias para ejercitar la coherencia en hacer lo que se dice, y a su vez, decir lo que se hace, y esto es lo que realmente generará una buena reputación.

El trabajo de un coach político es hacer ver a su coachee que en la integridad política, que es ese “valor” necesario, está el camino para empezar a cambiar las cosas, y que es la honestidad y la decencia la que debe ayudarle a argumentar sus ideas y a defender con dignidad su compromiso público de servicio a la sociedad.

                                         Diego Jiménez Ballesta  
               Coach en asistencia institucional y política                                 
                                                             

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