Huelga
decir que las necesidades de las personas como ciudadanos y las de
los políticos, como cargos públicos al servicio de la ciudadanía,
han cambiado.
La
sociedad exige justificadamente un nuevo
estilo de gestión pública y especialmente
un nuevo estilo de líderes
que
sean capaces de entender que la base para llegar a ello debe estar
centrada en la integridad, que no es más que la capacidad de obrar
con rectitud, donde cada acto, en cada momento, se alinee con la
justicia.
La confianza en
nuestros representantes públicos se encuentra más que infravalorada
y la virtud más demandada por la sociedad se llama honradez,
y son, precisamente, estos dos valores la base imprescindible para
abordar un proceso de coaching.
El
entrenamiento de las habilidades y competencias así como la gestión
de las emociones (soledad, falta de confianza, miedo, habilidades
sociales, el doble compromiso partido vs ideas personales, etc.) son
imprescindibles, en una coyuntura social y política donde la
población exige a sus dirigentes que sean delegados sin “derecho
de pernada”.
En
el agitado imaginario de la política donde, como representante
público, se vive bajo una enorme presión, la figura del coach se
convierte en el pilar imprescindible para ejercer con mejores
recursos el liderazgo político.
El
coach político, no es un asesor ni un consejero, es un profesional
cualificado
que despierta la motivación para
evolucionar,
señalando las situaciones y aspectos, que como puntos ciegos, el
interesado no es capaz de ver.
Es un entrenador personal que
no adula,
que
pone
delante la realidad para
que sea el propio cliente quién elija y decida que quiere hacer con
ella. Trabajando desde la base y alineando su vida con su
trayectoria, generándole los cambios que desee realizar y sacando a
flote las habilidades y competencias que le hagan ser un gran líder.
El
gran reto de un coach en asistencia política es trabajar
para establecer una conexión entre el candidato y sus electores,
pero no en generar una transformación que lo haga irreconocible. El
verdadero desafío es descubrir las pequeñas virtudes que sirven de
nexo con el votante, esas que le hacen excelente de manera innata.
Descubrir el vínculo entre lo que el candidato realmente piensa y lo
que sus electores sienten.
Estamos
tan “mal” acostumbrados a absorber información sobre corrupción
que ya no damos importancia a los hechos. Y lo que realmente nos
sorprende es que, a estas alturas “del partido”, se castigue a
los corruptos.
Si
asumimos el credo de que
todos los políticos son deshonestos y que todas las personas de un
mismo partido actúan de la misma forma, caeremos en la
autocomplacencia de una creencia limitante que nos impedirá ver que
la diferencia de que esto no tiene por qué ser así, es lo que marca
el patrón de que es posible un liderazgo político diferente.
Pero
para que esta forma distinta de hacer política sea percibida por la
sociedad, es necesario un ejercicio de autoconocimiento y respeto
personal que transmita una buena comunicación, ya que la integridad
del dirigente político debe reflejarse en todos y cada uno de sus
actos
y
es ahí, precisamente, donde su palabra obtiene valía, siendo capaz
de lograr que lo que se diga sea creíble y, como reflejo, confiemos
en que cumplirá lo que promete. Porque al fin y al cavo, la política
no es más que una productora de ilusiones donde la base de estas se
llama confianza.
Hemos
llegado a un punto que es complicado confiar en nuestros líderes si
no existen acciones reales de un cambio en la forma de hacer
política. Mantener una justificación de la corrupción porque “así
funciona la sociedad” o porque “todo el mundo lo hace” es la
irresponsabilidad más grave que puede tener un político y, por
extensión, también la propia sociedad por asumirlo y permitirlo.
Estoy
convencido de que es posible hacer una
política distinta y
que se pueden tener gobernantes diferentes, sin embargo para ello se
requiere
valor.
Valor para querer saber
quién se es, como persona y como líder,
para querer descubrir qué es lo realmente importante y mantener las
propias convicciones frente a las presiones. Coraje para
comprometerse con un proceso de aprendizaje interno donde habrá que
enfrentarse al hallazgo del propio Ego. Y valentía suficiente para
asumir un cambio de pensamiento que se manifieste en una permutación
conductual.
En
política y en lo personal levantar una sólida reputación es
realmente difícil, sin embargo perderla es lo más sencillo. Un
proceso de coaching aporta las herramientas emocionales necesarias
para ejercitar la coherencia en hacer lo que se dice, y a su vez,
decir lo que se hace, y esto es lo que realmente generará una buena
reputación.
El
trabajo de un coach
político es hacer ver a su coachee que en la integridad política,
que es ese “valor” necesario, está el camino para empezar a
cambiar las cosas, y que es la honestidad y la decencia la que debe
ayudarle a argumentar sus ideas y a defender con dignidad su
compromiso público de servicio a la sociedad.
Diego
Jiménez Ballesta
Coach en asistencia institucional y política
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